Otro de esos momentos divertidos e inolvidables

Hace ya bastante, subí la lista con las diez anécdotas más divertidas de mi vida profesional, con la promesa de contar cada una en algún momento.

Hoy va la que sigue en el listado.

Se trata de una ducha que me dí en Cerro Colorado.

Por aquellos años, cuando investigábamos la zona, no había muchos buenos alojamientos donde pernoctar cuando la campaña duraba varios días. Sobre todo porque para no perder demasiado tiempo en desplazamientos estériles, necesitábamos un lugar no muy alejado de los cerros. De hecho conseguimos una habitación grande bastante precaria, dividida en dos por una cortina, para separar lo que servía de cocina del resto. Yo dormía en la cocina, y los hombres en la otra parte. Pero resultó ser que no había baño sino sólo una letrina fuera de la estructura principal.

Para lavarnos los dientes, la cara y las manos, teníamos agua que venía por medio de una manguera y una bomba desde el río que estaba unos 30 m más abajo. Usábamos pues la manguera y un tacho. Pero todos queríamos bañarnos después de un día de trabajo intenso, de modo que instalamos una precaria ducha, con un tanque diminuto que se calentaba con alcohol de quemar y que tenía una flor que dispersaba bien el agua.

El problema es que el piso de la casa era de tierra, y no contaba con ningún desagüe, de modo que para no hacer barro, instalamos la ducha en una especie de galería abierta por los lados, pero techada, que rodeaba la casa. Elegimos para colgar el sistema, un punto de la galería adonde llegaba bien la manguera que proveía de agua al tanquecito de la ducha. Ese punto resultó ser frente a otro cerro, un poquito más alto.

Como una forma de respeto mutuo, cuando yo me bañaba, los hombres permanecían dentro de la casa, y cuando ellos se bañaban, era yo quien me quedaba adentro. Además nos duchábamos en la oscuridad.

Una de esas noches, cuando había una luna llena impresionante, y yo me había ya lavado el pelo, y me estaba enjabonando, escuché un relincho, que me hizo volverme y mirar el cerro que estaba al frente, y levantar la vista hasta su cima. Y allá vi a un gaucho, montado en su caballo, fumando un cigarrillo, y disfrutando de un espectáculo totalmente insólito para el lugar. Cuando me envolví rápidamente en la toalla, el hombre se tocó el sombrero a modo de saludo, y se fue cerro abajo, al tranco lento de su cabalgadura.

Huelga decir que desde ese día suspendí las duchas, y fui a bañarme al río, donde me pasó lo del sapito que ya les conté en otro post.

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Un abrazo y hasta el próximo lunes, con un post científico. Graciela.

P.S.: La imagen que iustra el post es de este sitio.

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