Minería: La polémica está servida.
Muchas son las voces que se vienen alzando en contra de una actividad productiva que mal que nos pese, es indispensable para mantener en movimiento un sistema y un estilo de vida al que casi ninguno de los que la defenestran está dispuesto a renunciar.
La minería tiene como toda otra actividad humana un impacto sobre el ambiente.
Negarlo sería inmoral, pero asumir que prohibirla de manera absoluta es posible, sin generar otros impactos diferentes, es por lo menos ingenuo.
Por un lado, porque deberíamos prescindir de una multitud de elementos que se obtienen de los recursos minerales; y por otro, porque colapsaría toda una cadena de producción que en ellos comienza, lo cual generaría entre otras cosas, un desempleo masivo con su secuela de indigencia y marginalidad.
No se trata, insisto, de prohibir sino de regular. Y de manera estricta.
Permítaseme una digresión que aclararía, creo, la realidad que muchos miran desde una postura principista pero de escasa contextualización.
Dejemos un poco la minería y veamos la medicina.
Podríamos también demonizarla y considerarla la gran responsable del estado del deterioro ambiental que hoy padecemos.
Pensemos que ella es la que ha ido eliminando los controles naturales que mantenían la población humana dentro de un número que armonizaba con el ambiente que le da sustento.
Al desaparecer las enfermedades que provocaban gran mortandad, al generar metodologías que permiten procrear a las personas naturalmente infértiles y al empujar la expectativa de vida cada vez más lejos, ha propiciado un crecimiento exponencial de la población, que lógicamente agota los recursos, acumula desechos, produce polución, y contamina el medio.
Entonces, ¿es la solución gritar ¡no a la medicina!?
No me parece.
Porque ya no estamos dispuestos a morir de parto, de angina pultácea, o de una infección en una uña.
Como ya no estamos dispuestos a vivir en cavernas, y por eso no queremos renunciar a la explotación minera.
Pero vale para ambas disciplinas una premisa que a veces perdemos de vista: su aplicación racional, regulada, inteligente y con el menor impacto negativo posible.
Así pues, el encarnizamiento terapéutico que mantiene enfermos en estado vegetativo por años, es tan discutible como la minería que extrae de cualquier manera, sin medir costos ni consecuencias sobre la calidad de vida y el ambiente.
Existen ya muchas tecnologías que minimizan los daños, ¿por qué no exigir su aplicación, en lugar de exigir que cese la producción?
Racionalidad en las discusiones y aperturas hacia otros discursos además del propio, es lo que nos está haciendo falta, en mi muy modesta opinión.
Recordemos con este sencillo ejemplo que la minería no es la única actividad que dispara consecuencias indeseadas, y busquemos un equilibrio inteligente antes que un simple ensañamiento con un chivo expiatorio, que no otra cosa es la minería, si la sacamos de contexto.
Les aclaro que la foto es tomada de un mail, de modo que ignoro el autor, pero es de una explotación minera de tungsteno, en San Luis (Los Cóndores), del año 1900.
Bueno, chicos, los dejo pensando. Un beso. Graciela.
P.S.: Algunos de los temas que acabo de tocar me llevan a reflexionar que ya se impone un post sobre conceptos básicos acerca de recursos, evaluación de impacto etc etc. Los iré preparando para muy pronto, lo prometo
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Un abrazo y hasta el miércoles. Graciela.