Archivo de la categoría ‘Anécdotas Geológicas’
Peligro en la Pampa
Como ya les he prometido, vengo hilvanando recuerdos de sucesos que tuvieron lugar en el campo, y que significaron un riesgo en su momento. Hoy recuerdo aquella oportunidad en que fuimos amenazados de manera explícita en Pampa de Olaén.
Por ese entonces estábamos realizando investigaciones sobre el desarrollo de los suelos en pampas de altura, y buscábamos sitios con la suficiente variabilidad espacial como para analizar diversos factores.
Era nuestra primera visita al lugar, y comenzábamos apenas el primer reconocimiento cuando, estando los tres geólogos que éramos, a bastante distancia del auto, apareció un puestero montado a caballo y rodeado de una docena de perros de gran tamaño y bastante salvajes. Metían miedo, ¡y lo digo yo, que amo incondicionalmente a los perros, y trabajo por sus adopciones y rescates!
Cuando este buen hombre nos increpó, preguntando qué hacíamos en las tierras que él custodiaba- y que dicho sea de paso no tenían pirca, cercado ni señal alguna que nos indicara que estábamos violando propiedad privada- le respondimos de muy buen modo, aunque con bastante preocupación por lo amenazante de su tono y su jauría.
Por mucho que argumentamos respecto a nuestro propósito científico, y a los beneficios que él mismo recibiria de la información resultante de nuestro proyecto, nada lo tranquilizó, y nos ordenó retirarnos del lugar. Pero lo hizo agregando unas órdenes a sus perros, que se desplegaron en abanico frente a nosotros y comenzaron a gruñir con las pelambres de sus lomos erizados. ¡Mala señal!
No fue necesario mucho más para que emprendiéramos la retirada, con el semicírculo de perros siempre en posición hostil y pisándonos los talones.
Cuando llegamos junto al auto, en un refinamiento de sadismo, el puestero dio la orden de ataque, y literalmente nos zambullimos en el vehículo, cerrando las portezuelas a un centímetro de las portentosas dentaduras. Todavía para salir del lugar pasó un rato largo, porque los animales rodeaban el auto siempre en medio de gruñidos y ahora también ladridos, impidiéndonos avanzar, por no atropellar a ninguno.
Cuando el guardián de la zona se cansó de divertirse a nuestra costa, llamó a los perros, que mansos como cachorritos mimosos, se acercaron al caballo moviendo las colas como si dijeran: «Estuvimos bravos, ¿viste?», y se marcharon todos al trotecito lento, con rumbo al horizonte, mientras nuestro auto salía disparado para nunca más volver a ese lugar de las sierras. Huelga decir que el proyecto se realizó a bastante distancia de allí.
Cosas que vivimos los geólogos en el campo. Un abrazo y hasta el próximo miércoles. Graciela.
La foto que ilustra el post es de este sitio.
El sapito picarón.
Como estamos ya sobre las fiestas de fin de año, asumo que nadie tiene muchas ganas de dedicarse a leer artículos estrictamente científicos, de modo que este post y el próximo los ocuparé en relatarles anécdotas de campo, que también forman parte de la tarea del geólogo.
En su momento les enuncié el top ten de mis anécdotas más divertidas, ahora va una de las que todavía no les conté.
Hace muchos años, a lo largo de una campaña de varios días en Cerro Colorado, algunos geólogos y biólogos trabajábamos juntos y habíamos alquilado una casa bastante precaria, en la que no había ducha instalada. Como era verano, después de trabajar intensamente en los cerros, teníamos la costumbre de ponernos una malla y bañarnos en el río que pasaba algunos metros pendiente abajo del rancho.
Por supuesto, yo llevaba también shampú, crema enjuague y jabón, y me daba un baño minucioso, aun sin quitarme la malla. Pero una tarde, cuando ya anochecía, descubrí que en un recodo del río, algo más arriba del sitio habitual, un enorme bloque había generado casi una cueva en la que podía, dada la hora y lo desierto del lugar, sacarme la malla y bañarme ¡por fin! como dios manda.
Les pedí a mis compañeros que se fueran bastante más lejos coriente abajo, para darme la privacidad necesaria. Me saqué la malla y me bañé con sumo placer. Cuando fui a ponerme la malla que había dejado en la roca, la prenda saltó hacia el río, por obra y gracia de un sapo que se había metido adentro.
Imaginen mis gritos, pidiendo a mis compañeros que rescataran la malla, y la imagen desopilante de varios adultos persiguiéndola por el río, mientras yo desde la orilla, envuelta en la toalla gritaba órdenes a todo pulmón.
Nunca olvidaré ese sapo, que mis compañeros bautizaron «el sapito picarón». Pero quédense tranquilos, la malla fue recuperada, y todos volvimos con una anécdota más para contar.
La imagen es de este sitio.
Otra situación de peligro en mi vida profesional.
Hoy, pese a ser lunes, por estar ya en un tiempo festivo, estoy subiendo un post más propio de los viernes, es decir un simple relato, sin elementos científicos, que para esta época del año parece más adecuado.
Hoy voy a contarles un evento de verdad peligroso.
Esto se relaciona con esa otra anécdota que ya les conté en la que me llamaron de urgencia una madrugada, y que pueden leer aquí.
En respuesta a la llamada que relaté en el post que les mandé a leer, fui a la zona afectada por la corriente de barro, y de paso hice un reconocimiento ampliado del área para detectar otras zonas en riesgo.
Para eso, conseguí un caballo y crucé algunos cerros, con un guía de la zona, de modo de meternos por caminos y senderos poco transitados, donde las condiciones de amenaza geológica tal vez no estaban tan a la vista.
En medio del reconocimiento, pasamos a cierta distancia de un puesto, que nunca sabré a quién pertenecía, ni qué custodiaba. Y nunca lo sabré porque debimos salir al galope cuando sin más aviso que un par de gritos, el puestero apareció de algún lugar detrás nuestro, disparando con lo que creo que era una escopeta.
Por un momento volví a la infancia, y me sentí como la muchachita de un western huyendo al galope de los villanos, entre silbidos y detonaciones de balas… Bueno, también volví a la infancia porque poco faltó para que necesitara a mi mamá para cambiarme los pañales…¿se entiende, no?
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Un abrazo y hasta el miércoles. Graciela.
P.S.: Revisando el blog, me he dado cuenta de que hay un par de anécdotas que he repetido, sin darme cuenta, lo que en más de 1800 posts puede disculparse, ya que no los tengo a todos en la memoria. De todas maneras, no los he contado en los mismos términos, de modo que bien vale leerlos dos veces. ;D
Otra anécdota de campo.
Ésta es la narración de otro de esos momentos tontos y risueños que hacen inolvidables algunas campañas de trabajo.
Hace varios años, todos los miembros del equipo de investigación pasamos una mañana muestreando un perfil de loess. Era un día cálido, seco y ventoso, en el interior provincial.
LLegado el mediodía, decidimos hacer algo inusitado: en lugar de comer nuestros sandwiches en el lugar de trabajo, y en vista de que por la sequía el viento nos hacía masticar limo y arena; subimos al auto y fuimos hasta la estación de servicio más cercana, para comer al reparo de tanta tierra en suspensión.
Por supuesto, ya que contábamos con las instalaciones pertinentes, aprovechamos para pasar a los servicios a lavarnos un poco antes de almorzar.
Cuando yo entraba, salían del baño dos mujeres conversando, pero al verme se callaron un momento, me miraron de arriba a abajo y luego se alejaron murmurando en voz baja.
Apostando a que hablaban de mí, aunque no entendía por qué, di unos pasos y me volví a mirarlas, y ¡bingo! efectivamente, se habían dado vuelta y cuchicheaban entre sí.
Pensé entonces: «¿nunca habrán visto a una mujer con borceguíes y equipo de campaña?», y entré en los servicios.
Y al mirarme en el espejo ¡voilá!, entendí por fin su sorpresa: tenía el pelo cubierto de polvo blanquecino, la cara entre parda y gris por el mismo loess, y tanto el jean como la camisa teñidas por la tierra en colores indescifrables.
Todavía deben estar preguntándose de dónde salía yo y que había estado haciendo, ya que parecía un personaje de dibujo animado al que acaban de revolcar por el suelo. ¡Una verdadera caricatura!!!
Un abrazo y hasta el próximo lunes, con un post científico. Graciela.
El gaucho y el teodolito.
Este post implica una anécdota divertida, de entre las muchas que tienen lugar en el campo.
Lo que paso a contarles es de la época en que yo era todavía estudiante y habíamos ido a una zona bastante aislada, en el interior provincial, a realizar- entre otras cosas- una práctica de manejo de teodolito.
Por supuesto, se trataba de una época en que todavía no contábamos con cámaras digitales o celulares inteligentes, de modo que cuidábamos cada foto que tomábamos, porque los rollos eran caros, y otro tanto pasaba con la revelación de la película.
Cuando estábamos en eso, con un compañero manejando el teodolito, y otro a cierta distancia acomodando la mira en los sitios de interés, apareció de quién sabe dónde, un gaucho a caballo, con sus mejores galas, que nos saludó muy respetuosamente, diciendo que nos había visto por la mañana y nos había observado en nuestro trabajo.
«Ahí me fui pa’l rancho a ponerme mejor pilcha- nos dijo- antes de venirme p’a este lado a saludar».
Todos asumimos que nuestra presencia era todo un acontecimiento en su vida aislada, y le dimos un poco de conversación, mientras seguíamos en lo nuestro.
Como era un hombre bastante mayor, no queríamos ofenderlo dándole indicaciones, pese a que entorpecía bastante la tarea, porque se ponía con su caballo, invariablemente en la visual del aparato, y nuestro «mirero», tenía que desplazarse de un lado a otro según las señas del responsable del teodolito, que no podía anotar las lecturas, porque siempre se le cruzaba el gaucho en el medio.
Después de un rato de esta loca coreografía, en la que el mirero se corría a un lado, y el jinete hacía exactamente el mismo movimiento, siempre interrumpiendo la visual del teodolito, arrojamos la toalla, porque todo se demoraba muchísimo, y decidimos hacer un recreo hasta que ese buen hombre volviera a lo suyo.
Hucimos pues un alto e invitamos al gaucho con unos criollitos y café del termo, conversamos unos minutos más, y finalmente él decidió marcharse, pero no sin antes pedirnos con toda amabilidad:
«Cuando vuelvan a venir, ¿me pueden traer las fotos que nos sacaron a mi caballo y a mí esta tarde?»
¡Y por fin entendimos, que el buen hombre estuvo posando todo el tiempo para nuestro teodolito!
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Un abrazo y hasta el lunes. Graciela.
P.S.: La imagen que ilustra el post es de esta página.