Un alumno entre tantos
Este post forma parte de la serie de las diez anécdotas risueñas que recuerdo del campo.
En esa ocasión, estábamos acompañando al campo, un colega y yo, a un alumno bastante poco aplicado, que estaba realizando su Trabajo Final en la carrera de Geología.
Como nuestra tarea era de guía y supervisión, se suponía que las descripciones de perfiles debían ser llevadas a cabo por el alumno mismo, pero obviamente, no tenía la menor idea de nada. Todavía no sé cómo había llegado a esa instancia, y no me pregunten qué pasó con su Trabajo Final, porque hay cosas que es mejor olvidar.
Pero lo cierto es que, una vez que abrió la calicata, se quedó mirando el perfil como si nunca hubiera visto uno en su vida.
Para estimularlo, mi compañero le preguntó:
-«¿Dónde marcaría el límite entre cada uno de los horizontes que ve?»
Después de un larguísimo silencio, en que casi oíamos rechinar los engranajes de su cerebro, el muchacho retrucó con la siguiente expresión:
-«¿En qué sentido me lo pregunta, profesor?»
Pero lo peor, es que a partir de ese momento, para cada pregunta, que supuestamente debía orientarlo en su trabajo, la respuesta fue siempre esa misma: «¿En qué sentido me lo pregunta, profesor?»
Desde ese día en adelante, mi colega y yo comenzamos a usar esa misma pregunta cada vez que en nuestras investigaciones tropezábamos con preguntas más que cotidianas, o con pequeñas decisiones a tomar.
Y así se convitió en un clásico que ante preguntas como: «¿este horizonte será transicional?, ¿cuál de estas muestras será más representativa para hacer datar?, ¿lo clasificamos como enterrado o paleosuelo?, y así al infinito; primero decíamos :»¿En qué sentido me lo pregunta, profesor?», lo que generaba un intervalo de risas antes de ponernos de verdad a discutir una respuesta.
Un recreo en la rutina diaria, que debimos por años a un alumno que no tenía la menor idea de nada.
Un abrazo y hasta el próximo lunes, con un post cientíico. Graciela.